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Alma Delia Murillo

08/03/2014 - 12:02 am

Y el Óscar va para los bárbaros consumistas

La  romería de los premios Óscar me deja el espíritu tosco. Para mí es un evento equiparable a una tragantona de comida chatarra o una parranda de bebidas alcohólicas baratas, mal destiladas. Junto a un evento como éste, pervivirá el de Miss Universo para evaluar la tiranía de la belleza y aplaudiremos como primates, con […]

Alberto Alcocer beco Bcocom
Alberto Alcocer/ @beco / b3co.com

La  romería de los premios Óscar me deja el espíritu tosco.

Para mí es un evento equiparable a una tragantona de comida chatarra o una parranda de bebidas alcohólicas baratas, mal destiladas.

Junto a un evento como éste, pervivirá el de Miss Universo para evaluar la tiranía de la belleza y aplaudiremos como primates, con perdón de los primates, delante de las carnes sintéticas de las mujeres más humilladas del mundo. Y luego nos indignaremos como corresponde el Día Internacional de la Mujer.

Me desespero delante del espectáculo que el mundo ofrece aceptando torpe y mansamente los valores del imperio del consumo para clasificar también el arte; vaya representación de la barbarie en que nos vamos convirtiendo esto de la apreciación del cine a través de un premio puramente comercial, tamizado en los criterios de preferencia de la mayoría de los compradores. Pero tampoco me sorprende demasiado porque el principio del consumo es el anti rey Midas que convierte en mierda todo lo que toca. El rey Mierdas.

Y es que hablar de civilización de consumo es una necedad, una contradicción en sí misma como dijo alguna vez mi entrañable amigo epistolar Ricardo Bada.

Participamos como público iletrado de una francachela ridículamente cara y lujosa a la que, por supuesto, no podríamos acudir como invitados porque sucede que somos los parientes pobres y sólo podemos admirar de lejos la fiesta de los parientes ricos, poderosos y dueños del canon que dicta qué historias valen para ser contadas en el lenguaje fílmico.

Y, para colmo, cuando aparece un pariente que figura, lo descalificamos. Cuestionamos la mexicanidad de un ser humano que ha tenido el talante, la pasión, la disciplina y los tamaños para pararse delante del monstruo con su obra creativa. Que el trabajo de Cuarón nos guste o no es otra cosa, lo verdaderamente miserable es tal mezquindad para cuestionar los logros, para defender una entelequia llamada mexicanidad. Fieros defensores de una idea nebulosa. Porque quién sabe qué chingaos es eso de ser mexicano, la única definición que se me ocurre para cualquier nacionalidad es esta: ser mexicano es estar vivo.

Y dejémonos de resquemores, resentimientos y batallas inútiles.

¿Por qué nos cuesta tanto compartir los triunfos y somos tan proclives a solidarizarnos sólo con las tragedias y no con los logros?

Se me hace que se reduce a una espantosa palabra: envidia.

Así que si de por sí encuentro insoportable la mentada kermés, ahora que sirvió para destapar la pequeñez de espíritu de algunos mexicanos, particularmente los tuiteros que somos tan sabios y expertos opinadores de todo, la detesto más.

Hablemos ahora de la estrategia de comunicación favorita del sistema americano: tirar línea. Sabemos bien que a Hollywood le gustan las historias bonitas y con final feliz, las historias que venden. El esclavo que se supera, el sobreviviente que logra mantenerse en pie, el marginado que lucha por mantener sus derechos hasta lograrlo o la mujer que se destaca por cualquier motivo: lo mismo por tener un abdomen plano que por dejar de hornear pasteles en la cocina para entregarse a una carrera universitaria.

Vándalos mutiladores de la realidad, salvajes cercenadores del espíritu. No me extraña que Disney sea el responsable de la construcción emocional de generaciones. Como si no existiera también el dolor sin consuelo, la muerte, lo perturbador, lo que no arriba a finales felices porque a la realidad no le importa la narrativa cinematográfica preferida por las audiencias mayoritarias, la realidad es lo que es sin concesión alguna. Dice este afilado poema de Juan Gelman:

el pueblo aprueba la belleza aprueba el sol

del espectáculo del mundo aprueba el sol

aprueba el río humano

en la pared de caras populares escribe «apruebo el sol»

 

¿no hay dolor o pena en el mundo?

¿humillaciones no hay y fea pobreza?

El propio Alfred Hitchcock, quien nunca ganó un Óscar, lo decía: «El cine no es un trozo de vida, sino un pedazo de pastel». Y está muy bien que así sea, no me voy a poner en plan de amargada a ultranza que sólo quiere ver películas realistas. Pero hay de pasteles a pasteles. Y es que la involución llega cuando en lugar de subir el estándar, lo bajamos.

El público se pone de pie lo mismo delante de una profunda experiencia artística que de una demostración de fama, de frivolidad o de técnica; tal vez es por eso que creemos que por tener una cuenta en Twitter y garabatear tres frases cursis ya somos poetas.

Y esto se pone cada vez peor pero ya voy a concluir: no mamar con la plaga de selfies emulando la foto que un grupo de actores se hizo durante la fiesta. Insisto, somos unos primates imitadores sin remedio. Y vuelvo a preguntarme, ¿por qué estaremos todos tan convencidos de ser tan importantes y tan graciosos?

Nos llenamos la boca hablando de viralidad. Un virus es un agente infeccioso que se replica a sí mismo en células endebles, en células con ciertas características. A este paso no me sorprendería que la ciencia proyectara la extinción de los seres humanos por pura estupidez contagiosa. Súper trendy, eso sí, porque la banalidad se ha vuelto tendencia indiscutible gracias a las redes sociales.

Desde mi ventana puedo ver a unos pajaritos minúsculos que llevan varios días mudando su nido a otro árbol. Qué ganas de seguir su ejemplo y qué ganas de disculparme con ellos por usarlos como ícono en Twitter.

¿Que si hay esperanza? Todavía y con un hálito de ganas me atrevo a decir que sí.

Porque ante lo insólito de nuestra hambre voraz por el entretenimiento trivial y ante el túnel infinito de la repetición limitada que somos siempre tendremos el delirio, la locura. A eso hay que apostarle.

 

@AlmaDeliaMC

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